Nos asquea el caso del priista capitalino; pero toleramos un país que prohija personajes tan despreciables.
Por David Carrizales
Ha
causado repudio, asco, indignación, la calaña del que fuera líder del PRI
capitalino, el grotesco, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, un tipo que tenía a
su servicio la estructura y recursos del partido con la mayor fuerza y
presencia del país, en la sexta ciudad
más grande del mundo, para satisfacer sus más bajos instintos pasionales.
¿Pero
de qué nos sorprendemos? Si esos son los resultados y costos de la democracia, los
frutos de la sociedad que hemos construido. ¿De veras no nos indigna ni nos
asquea, que mientras 60 millones de mexicanos viven en la pobreza, un
compatriota, Carlos Slim Helú, se pavonea como el hombre más rico del mundo, y
junto con otros 14 magnates apapachados por todos los gobiernos de todos los
partidos, disponen de un capital de 150 mil millones de dólares?.
¿No fue
asqueroso, insultante y vergonzoso, que en 1994, el señor Roberto Madrazo y su
partido se gastaran 72 millones de dólares para imponerse en la gubernatura de
Tabasco, mientras Bill Clinton en 1992 utilizó 14 millones de dólares, en la
campaña que lo llevó a la presidencia de Estados Unidos, el país más rico y
poderoso del mundo?
Parece
que no nos avergüenza ni nos indigna que
nuestra democracia falaz, se ha construido a punta de billetazo limpio, para
comprar o torcer voluntades y que desde Salinas para no ir más lejos en el
recuento, todos nuestros presidentes han llegado manchados y con serios
cuestionamientos al poder.
¿No
indigna ni asquea, que compatriotas mueran de hambre, sin atención médica, a
las puertas de hospitales públicos o privados? ¿Ni es indignante y asqueroso que nos gobiernen
o nos hayan gobernado, nos representen o nos hayan representado, personajes
como José Natividad González Parás, Adalberto Madero, Gustavo Madero, Fernando
Larrazabal, Vicente Fox, Felipe Calderón, Jesús María Elizondo, Mario Marín, Fidel
Herrera, Rubén Figueroa, Jesús Ortega, y una sarta interminable de corruptos e
incapaces, sólo eficaces para enriquecerse sin escrúpulos ni medida?
¿No
causan indignación, las muertes impunes, las muertes inútiles, las
desapariciones y los huérfanos? Parece que no, porque nada o muy poco hemos hecho
para remediar esos y muchos otros grandes males que padecemos.
Hemos
construido, toleramos y hasta parecemos disfrutar de un país donde se premia al tramposo, se
considera “vivo” al sinvergüenza, donde se castiga más la disidencia que la
delincuencia y donde asciende o se coloca en las posiciones de poder, la gente
que sabe comerciar con los principios, o el que mejor atropella el derecho de
los demás.
Así que no debe sorprendernos que se encumbren
personajes como este sujeto que tenía convertido al PRI capitalino en su harén personal, y muy probablemente a costa de los contribuyentes que costeamos el
financiamiento de los partidos. Finalmente, los pueblos tienen los Cuauhtémoc
Gutiérrez que se merecen.
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