Como en la serie de Los autos locos, trampas, estrategias y falsos atajos en la justa electoral. En la tira de ficción los malos siempre pierden, en la realidad casi siempre ganan.
Por David Carrizales
Y es por ello que por primera vez en mucho tiempo, el
resultado de la competencia por la gubernatura resulta impredecible y
de alto riesgo en más de un aspecto, pues hay situaciones de estrategia, intriga y
peligro que pueden cambiar drásticamente el panorama de un momento a otro.
Si describimos gráficamente la competencia, se
podría dibujar a una Ivonne Alvarez, a bordo de un moderno helicóptero piloteado por muchas manos, alquilado a cualquier
televisora, y con los logotipos de todas, incluyendo la estatal; pero volando
bajo, entre cables de alta tensión, cuyas torres de transmisión tienen por denominación: herencia medinista, deuda
pública, Monterrey VI, inseguridad, y un
largo etcétera.
Felipe
de Jesús Cantú aparecería sentado al volante de un moderno automóvil provisto
por sus nuevos aliados -y por lo tanto sin saber (?) de sus vicios ocultos,
después que dejó para su colección, la carcacha modelo 1966, lenta, pero
segura, con la que ganó a Margarita Arellanes, quien se quedó atorada de un tacón en uno de tantos baches de la capital nuevoleonesa, y ni tiempo tuvo de subir al poderoso Mercedes Benz, con el que esperaba llegar a la meta.
Fernando
Elizondo iría montado en un carrito descontinuado de los años 50, conducido por
Dante Delgado y que se enfila no hacia la gubernatura, sino con destino seguro a
un oasis más cercano, conocido como Prerrogativas.
Jaime
Rodríguez El Bronco, arranca confiado sobre el lomo de un brioso corcel negro
llamado “Diablo”, que por ser bastante ladino y él demasiado mandón con la
rienda y castigador con el fuete, en cualquier momento lo puede mandar a tragar polvo. Antes de la línea
de partida, se quedó doña Silvia Ordóñez, a quien le dijeron y se lo creyó, que
la carrera para los independientes era de costales y con las manos amarradas.
Los
demás contendientes, ataviados con toda la parafernalia de las carreras de
autos, sus cascos, sus llamativos trajes y botas, en sus cómodos sillones, sus viejas poltronas
o desde la cálida cama, observan felices la competencia en el
televisor, echándole
porras a una o a otro competidor, y por qué no, a sí mismos, pues al final de
la importante justa, recibirán su premio o diplomita de consolación donde les
digan “gracias por participar”.